Cómo el ejercicio puede ayudarte a superar una crisis emocional

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En épocas de tormenta emocional, el simple hecho de salir de la cama es todo un logro, pero ¿ponerse las zapatillas puede ser una buena forma de superar un bache anímico? Una redactora afligida quiso comprobarlo. Esta es su experiencia.

Hubo una época en la que pensaba que calificar una emoción de desgarradora era algo melodramático. Pero cuando vacié el contenido de mi estómago en la taza del váter tras el funeral de mi padre, me di cuenta de que podía ser una descripción acertada. Después de batallar contra el cáncer durante cuatro años, mi padre murió en el hospital sin que mi madre, mi hermana ni yo pudiéramos hacer ni decir nada para impedirlo. Le faltaron muchas cosas por hacer: llevarme del brazo al altar, conocer a sus nietos y aprovechar al máximo su jubilación son deseos que nunca pudo tachar de su lista.

El duelo por un ser querido es un puñetazo a traición en el estómago que te deja sin aliento y te vacía por dentro, de forma literal y figurada. Como es costumbre, los asistentes trajeron comida: lasaña, sándwiches, pasteles. Como si llenando el estómago pudieras llenar el enorme hueco que el ser querido que se ha ido ha dejado en tu vida. En un primer momento, el solo hecho de pensar en comida te revuelve las tripas, pero, gradualmente, bocado a bocado, el apetito regresa. Lo que no volvió fueron las ganas de hacer ejercicio. Quería tener ganas, pero nada más.

HORA DE PONERSE EN MARCHA

Después de tres años trabajando en Women’s Health, sabía perfectamente que el ejercicio físico activa la producción de neurotransmisores, endorfinas, serotonina, dopamina… sustancias químicas que podían hacerme mucho bien. Sin embargo, durante los seis primeros meses, el simple hecho de levantarme por la mañana e ir a la oficina todos los días era una tarea titánica que me dejaba baldada, con todo el cuerpo dolorido. Me resfriaba a la primera de cambio, y tenía migrañas tres veces por semana.

En un intento de facilitar el regreso, me apunté a una clase de yoga suave. Tuve que salir durante la Savasana, (postura del cadáver) porque mi hipos perturbaba el zen del hombre que tenía al lado. Nunca he sido el tipo de persona que verbaliza sus emociones. Cuando alguien me pregunta qué tal estoy, yo invariablemente respondo que bien, incluso cuando estaba comiendo en el velatorio de mi padre. Para superar el profundo dolor causado por una enfermedad terminal durante los abrumadores últimos meses, mis familiares habían recurrido a la medicación o a un profesional. Sin embargo, el solo hecho de imaginarme sentada frente a un terapeuta, contándole mis problemas mientras él pensaba seguramente en lo que iba a hacer para cenar, me resultaba insoportable. De manera que continué diciéndome a mí misma que estaba bien.

Igual que ocurre con los residuos nucleares, pensaba que la toxicidad de mi tristeza decaería con el tiempo. Sin embargo, 12 meses más tarde continuaba rompiendo a llorar en los momentos más intempestivos y tenía que dormirme con la tele puesta para evitar ataques de pánico. Necesitaba ayuda. Siendo yo de naturaleza pragmática (y viendo que la falta de ejercicio se estaba cobrando su peaje en la báscula), pensé: ¿Por qué no matar dos pájaros de un tiro? Recordé las palabras de Linda Gask, psiquiatra y autora de The Other Side of Silence: A Psyquiatrist’s Memoir of Depression: “La ciencia demuestra que el ejercicio moderado es fundamental para resolver problemas y superar situaciones dolorosas como, por ejemplo, el duelo por un ser querido”.

Había oído hablar de la psicoterapia dinámica basada en el running (DRT, por sus siglas en inglés), una nueva forma de tratamiento ideada por William Pullen, psicoterapeuta afincado en Londres, y pensé que un poco de actividad física quizá me vendría bien. Pullen describe la DRT como “una psicoterapia proactiva que puede ayudar a unir cuerpo y mente” a personas que padecen ansiedad o depresión o han sufrido un trauma emocional. Una sesión de 50 minutos combina running y psicoterapia integradora (una mezcla de terapia cognitiva, fisiológica y conductual). “Se trata de llegar a las emociones a través del movimiento. La experiencia me ha enseñado que los sentimientos afloran cuando estás activo, y mi papel es guiarte hasta ellos”, explica.

La idea de ese nuevo formato se le ocurrió a Pullen cuando, tras una ruptura sentimental complicada, empezó a practicar running con un amigo que estaba pasando por algo similar. “Al correr hombro con hombro con alguien, ya sea un amigo o un profesional, sabes que esa persona te acompaña en todos los pasos que das, tanto literal como figuradamente. El ingrediente secreto es la hormona oxitocina. El organismo la produce al hacer ejercicio y, gracias a ella, entre psicoterapeuta y cliente se genera una franqueza y un vínculo a los que no se puede llegar a través de una sesión confinada entre las cuatro paredes de un despacho”, puntualiza.

Pullen no es el único que se ha percatado de los beneficios de la psicoterapia activa. En estos últimos años, varios estudios han mostrado que la actividad física frecuente es tan beneficiosa para la mente como para el cuerpo, ya sea como prevención o como cura. Se están empezando a ofrecer diversos servicios terapéuticos, que van desde el yoga hasta caminatas y retiros, cuya finalidad es restablecer la conexión entre mente y cuerpo.

“Mucha gente cree que no debe reemprender la actividad física hasta después de haber superado un poco el bache. Sin embargo, comenzar por implantar una pauta de actividad puede aliviar emociones negativas y acelerar el proceso de recuperación”, asegura Gask. Eso es lo que más deseo cuando, un martes nublado a las 6 de la tarde, acudo a mi cita con Pullen en la oficina que regenta junto a Hyde Park. De camino al parque, nos detenemos junto a un árbol para hacer un check-in (ejercicio de atención plena). Con una sincronía y trascendencia casi bíblicas, los cielos se abren sobre mí. Pullen me contempla impertérrito. “Algunos de mis clientes pierden por completo la conciencia del mundo que les rodea”, comenta mientras le resbala una gota de agua por la nariz. Él sabe que, según se ha podido comprobar, hacer ejercicio en plena naturaleza ayuda a tomar conciencia de uno mismo y preocuparse menos del qué dirán.

A continuación, Pullen me pide que apoye las manos en un árbol, preste atención plena a lo que me rodea y luego le cuente cómo me siento física y emocionalmente. Estoy nerviosa y cohibida, tengo frío y sé perfectamente que el grupito de veinteañeros que están jugando a fútbol cerca de nosotros estarán pensando que se trata de algún tipo de programa de servicios comunitarios. Me concentro más en escuchar (y parecer una persona cuerda) y entonces percibo el sonido metálico de unos andamios lejanos, el movimiento de los árboles sobre mí y el rumor de una hoja arrastrada por el viento camino abajo. “Antes de comenzar, quiero que sintonices tus emociones con el aquí y ahora. Avanzar físicamente en este contexto te ayudará a avanzar emocionalmente. Parece muy sencillo, pero es algo muy poderoso”, me indica. Yo no estoy tan segura, pero echo a correr con él de todos modos. Hace un frío de mil demonios y reconozco al chico que está de portero. Corremos en silencio durante unos minutos antes de que empiece a interrogarme por mi padre, su enfermedad y cómo me afectó a mí. “¿Qué relación tenías con tu padre?”, me pregunta. “Buena”, le respondo. Sé que no es decir mucho, pero me preocupa no darle una respuesta adecuada y, para ser sincera, hablar sobre mí (y solo sobre mí) es algo que raras veces hago fuera de este escenario tan inusual.

A medida que aumenta el ritmo de carrera por el parque, también lo hace el de las preguntas. A pesar de que estamos en un lugar público, la conversación (que versa sobre temas muy sensibles y personales) fluye. Como psicoterapeuta integrado, Pullen utiliza su amplia experiencia y formación para dirigir el diálogo hacia cuestiones que él considera que deben abordarse: en mi caso, la pérdida de mi padre y mi temor a vivir acontecimientos vitales importantes sin él a mi lado. No estamos uno frente al otro en un despacho, pero Pullen es capaz de extraer mucha información... hasta de mi forma de correr.

“Puede que un cliente me diga que algo no le preocupa, pero si aumenta el ritmo y empieza a inclinarse hacia delante, probablemente sea algo que requiere un análisis más detenido. O está escapando de ello o está deseando abordarlo. En cualquier caso, es algo que tenemos que investigar”. Cuando me pregunta por un futuro sin mi padre, yo corro más despacio. “Eso puede indicar un momento de paz, pero en tu caso está claro que obedece al dolor que sientes y que todavía no habías expresado”, explica Pullen después. A medida que avanza la sesión, me voy relajando más, soy más sincera y me sorprendo por mis ganas de hablar. Pero cuando en el kilómetro 3 me pregunta si echo de menos a mi padre, rompo a llorar. “¿Quieres parar un poco?”, pregunta. “No, sigamos. Me parece que esto está funcionando”, respondo.

Resulta que hablar mientras corres, aunque parezca difícil de creer, te hace mejor en ambas cosas. La finalidad de este tipo de psicoterapia es reducir los mecanismos de defensa que algunas personas utilizamos para protegernos. Además, ayuda a que los pensamientos y emociones subconscientes afloren, para así poder abordarlos. Esta repentina aceptación de una emoción que había estado reprimiendo es lo que me deja sin aliento. Es algo que el psicoterapeuta integrador Jonathan Hoban también ve a menudo durante sus sesiones, mientras camina con sus clientes.

“El propósito es fluir. Caminar incrementa la actividad neuroquímica, lo cual genera nuevas ideas y pensamientos, algunos de los cuales pueden despertar emociones hasta entonces inexploradas”, señala. De todos modos, tengo que reconocer que mi salud mental no es la única que ha recibido un importante varapalo en estos últimos 12 meses. Mi sistema inmunitario también se ha visto afectado, y tengo que reconocerlo. Cuando sentimos un estado de congoja solemos decir que nos duele el corazón, lo cual demuestra que nuestros ancestros ya sabían que el sufrimiento emocional puede hacerte enfermar.

“Posiblemente conozcas el caso de alguna pareja de ancianos que hayan fallecido uno casi a continuación del otro. No es por casualidad”, señala Anna Phillips, profesora de medicina conductual en la Universidad de Birmingham (Reino Unido). Cuando una persona de edad avanzada experimenta una gran pena, se produce una disminución en la función de sus neutrófilos, un tipo de glóbulos blancos que combaten las infecciones. Aparte de la mejora anímica causada por las endorfinas, la actividad física puede ayudarte a reconstruir las defensas de tu organismo. Según un estudio del Centro de Investigaciones Oncológicas Fred Hutchinson (Australia), las personas que hacen ejercicio durante media hora al día tienen una probabilidad tres veces menor de resfriarse.

Los clientes de Pullen y Hoban prosiguen la terapia por un plazo de hasta dos años, pero el avance que yo experimenté en el kilómetro 3 fue como quitarme una tirita emocional. Ahora regreso caminando a casa tres días por semana, lo que me ayuda a examinar toda la basura emocional que tengo en la cabeza. Seis meses después de haber comenzado la psicoterapia, vuelvo a ir al gimnasio y me mantengo cuerda. Jamás lo superaré (nadie lo hace, en realidad), pero sigo adelante.

Fuente: Women's Health

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